En los veinticuatro artículos (más dos poemas), escritos entre 1930 y 1949, que recoge la presente antología –obra de Dominique Miermont– puede rastrearse uno de los pensamientos más lúcidos del siglo XX.

Riguroso, comprometido y extremadamente sensible –siempre oscilante entre el deseo de vivir y la tentación de morir, entre la esperanza y la desesperación–, Klaus Mann es un intelectual indispensable para conocer los avatares sufridos por el pensamiento y cultura europeos durante la mayor crisis de su historia. Una cultura vencida por el horror del totalitarismo, y sin la cual optó por dejar de existir.

Su rostro [el rostro de Hitler] me desagradó. Su tez era pálida y los contornos de su rostro carecían de claridad pues la piel tenía una consistencia flácida y esponjosa, lo que no lo hacía nada atractivo. En aquella fisonomía, a la vez blanda y brutal, su mirada era fija y velada. Sus ojos se parecían a los de un ciego. Entonces recordé que había sufrido una ceguera pasajera debido a una intoxicación de gas durante la guerra. Pero también recordé que aquella mirada, fija y ausente, es característica de ciertas personas patológicamente egocéntricas. Mi goloso vecino tenía la mirada terrible de un hombre con la incapacidad física de ver más allá de lo que quiere engullir, ya sea una porción de nata montada o un país.